El ArMaRiO

Técnicamente, la palabra “armario” es un disfemismo, lo contrario de un eufemismo: en vez de ahuyentar lo desagradable a base de connotaciones positivas, se recrea en ello resaltándolo, mofándose de su contenido, con mucho humor e ironía.
 
Para mí, el humor y la ironía son maneras muy sabias de enfrentarse a la vida.
 
Y es que estar en el armario no es nada fácil.
 
Ayer quedé con mis amigas de toda la vida, y mi amiga N., la misma del email de los buenorros semidesnudos, que sigue sin saber que soy lesbiana, nos anunció que ha decidido aderezar el coche y la hipoteca con una fecha para su boda. En medio de la algarabía general, y según nos detallaba en qué establecimiento de rebajas había adquirido sus primeras toallas, yo pensé que ese hubiera sido el momento perfecto para anunciar que Mi Novia y yo habíamos empezado a buscar piso (de alquiler, eso sí), y que, por tanto, estábamos también muy interesadas en cualquier asunto toallero. Pero como nunca es el momento perfecto cuando una sigue dentro del armario, me mordí la lengua y dejé que el asunto derivara en topicazos varios que terminaron arrastrándonos a la conclusión de que irse de casa era un agobiante trance necesario, pues todas estaban muy a gustito con sus papás y mamás. A estas alturas, yo me afanaba muy concentrada en quitarle todos los guisantes a mi arroz tres delicias, haciéndome cargo de la situación:
 
− Perceval, aquí la única repudiada que no está a gusto con sus padres eres tú.
 
El término culto correspondiente al disfemismo “armario” es “doble vida”. El cual, por muy molón que suene al provocarnos una imagen mental de detectives o espías arriesgados, provoca un alto grado de estrés en quien lo padece. En el caso de la homosexualidad, supuestamente, es un período más o menos largo pero con fecha de caducidad, si es que el proceso de la propia aceptación llega a un puerto mentalmente saludable. No obstante, existen voces que defienden que la doble vida (“el armario”) y su consecuente revelación (“salida” del mismo) no son una fase sino un proceso: siempre habrá alguien que, al conocerte, vuelva a suponer que eres heterosexual, y siempre tendrás que volver a salir del armario para él o ella.
 
Cuando quedo con mis amigas de toda la vida, necesito un periodo previo de mentalización, para recordarme a mí misma los siguientes puntos:
 
a)      No soy lesbiana
b)      No tengo novia
c)      No salgo por Chueca
d)      No tengo suegros
e)      No tengo cuñado
f)        No veo L world
 
Lo cual reduce mi vida a nada. O peor, a mi trabajo, que da para llenar varias cenas de anécdotas.
 
Claro que mucho más triste es hacerme pasar por la amiga de Mi Novia. No es algo que ocurra a menudo, pero cuando pasa, es simplemente patético:
 
− ¡Mira qué libro más chulo, cariñ... tía!
 
A medida que pasa el tiempo, el estrés va siendo mayor. Cuanto más estoy con Mi Novia, cuantas más personas lo saben, cuantos más libros leo y más pelis veo, las posibilidades de que un día se me escape crecen en progresión exponencial:
 
− ¡Oye! ¡Que los homosexuales también somos personas! Digooooo… son.

Pues eso.


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    dirty out!

Intertextualidad, divina poligénesis

La ambigüedad desapareció. De nuevo podía pasear por el pueblo como un proscrito, adivinando en la condena muda de los otros la señal indeleble que le marcaba. La ilusión de libertad se había desvanecido al fin, y la prisión atenuada era simplemente prisión: encierro de límites vagos pero reales, mecanismo sabiamente dispuesto para impedir la doble fuga, corporal y anímica. El horizonte marino, todo cuanto amurallaba aquel paisaje olvidado de Dios y arruinado por el mal gobierno del hombre era menos sensible que el vacío creado por la desconfianza y el miedo, las miradas recelosas y furtivas, los saludos esbozados apenas, las conversaciones breves e insignificantes. Solitario encerrado en tierra cautiva, más solitario aún puesto que la presencia ajena multiplicaba a cada instante el aislamiento tal el eco bárbaro de un grito bajo una inmensa bóveda, podía considerarse gozosamente el destierro como una cárcel, la cárcel como el camino de la libertad, la libertad como sola meta del hombre.

(J. Goytisolo)

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    accomplished bu

La odiosa necesidad de argumentar

            Ante la imposibilidad de aceptar la evidencia de los hechos, Mi Madre se explica mi situación como la de una mujer herida profunda y repetidamente por los hombres, cuyo amor tantas veces mancillado se ha transformado en odio, y ha sido canalizado intelectualmente bajo la atroz apariencia de un feminismo radical.
            Dejando a un lado la idea de que esta interpretación sólo en posible si una considera a su hija una niñita inmadura, encaprichada y cabezota, la verdad es que no me decido por un único adjetivo para calificarla. Mis candidatos preferidos, no obstante, son: el imparcial “curioso”, el más atormentado “paradójico” y el tan manido “kafkiano”.
            Y es que mi experiencia de los hechos es, sencillamente, la opuesta. Desde que experimento y trato de aceptar con ello mi condición, noto un acercamiento de lo más saludable a mis antigéneres, que se descompone, colorea y expande como haz de luz a través de un prisma.
 
            Uno de estos rayos ha iluminado un área obvia de mi cerebro, permitiéndome acercarme a los hombres (heterosexuales, claro) en eso tan maravilloso que ambos compartimos: la atracción por la mujer. Y es que, después de años acusándoles de salidos, monotemas y guarros, me he tenido que comer mis propias palabras con patatas, y peno mi pena distribuyendo a diestro y siniestro lo que se ha convertido en una de mis frases preferidas: “Si es que soy un puto tío, joder”.
            Un ejemplo cutre pero esclarecedor de lo dicho es lo que me pasa cuando practico lo que podría denominarse como “terapia visual”. Así, para aceptar que me gustan las mujeres, he dejado de observarlas a hurtadillas, decidiéndome a mirarlas plenamente, dando salida con ello a todas mis emociones, mientras de repito el mantra sanador de “es así y está bien”. El problema es que, lo que con los tíos era fácil e, incluso, una gran estratagema para ligar, con las tías se torna cuasi imposible. Y parece mentira que yo no lo entienda, cuando de siempre he sido la típica que ha respondido con alguna bordería rollo “¿es que tengo un moco o qué?” a las miradas insistentes de los machos. Hoy, sin embargo, me veo a mí misma utilizando sus mismos argumentos, en una bien merecida bajada de pantalones, porque “¿es que ya no se puede ni mirar, o qué?”.
 
            Otro punto interesante en este proceso es el que me ha ido acercando a un tío en particular: Mi Ex. Y es que, a pesar de llevar varios años inmersa en el desarrollo de un curativo perdón, nada ha podido acelerarlo más que entender que lo nuestro no pudo ser simplemente porque no.
            No crean que era fácil llegar a ese punto sin el prisma de mi homosexualidad, porque cuando alguien como yo sale con alguien como él, la metamorfosis en aspersor de bilis resulta inevitable. Mi Ex era católico, pepero, vivía bien. Andaba por casa con ropa de marca, Aznar y sus guerras le parecían una causa justa, y consideraba que la parábola del camello y la aguja (o cualquiera de sus variantes) no fue escrita para ser interpretada de manera literal.
            Cada vez que se me acercaba, yo sentía una fuerte animadversión. Por supuesto que en los últimos meses no follábamos, no nos abrazábamos, y sus escasos besos me provocaban auténticos ataques de ansiedad; pero hoy sé que si le hubiera dejado por el Punky-de-Palo (alto, guapo, de izquierdas, residente en un barrio modesto, amante de los niños y trabajador social), nuestro final habría sido parecido. Mi Ex no me repelía por ser él, sino por ser un él.
            Y como prueba irrefutable de nuestro acercamiento, tenemos previsto en agenda, después de tres años sin vernos, quedar para tomar un café.
 
            Por otro lado, mi natural empatía con el otro género se ha visto fortalecida últimamente por la desaparición, allá donde la hubiere, de la tensión sexual. De hecho, aún trato de comprender el fuerte sentimiento de amor (y pongan ustedes aquí un adjetivo de relación que indique tipo) que me despiertan mis amigos. Porque así es: yo les quiero, les amo, les admiro, no me los llevaría a la cama pero me encanta que estén junto a mí. Además, tengo el orgullo de estar rodeada de hombres que saben hablar de sus sentimientos, lo cual da lugar a una gratificante sensación de intimidad. Así que he pasado de tener hombres de mi vida en serie a tenerlos todos a la vez: sin celos, sin disputas, sin rupturas; sin exclusividad.
            En el apartado de hombres de mi vida, no obstante, dos merecen una mención especial: mi padre y mi hermano. Aunque bien es verdad que con ellos nunca hubo la posibilidad de que existiera nada más, creo que si de verdad odiara a los hombres, les odiaría a ellos también. Sin embargo, son dos de las personas a las que más quiero, admiro y respeto, y de las que me siento una parte importante y especial.
            Para empezar, mi padre es un hombre al que una mujer puede pegarse el gustazo de regalarle un libro de autoayuda y crecimiento personal. Con él tengo conversaciones profundas sobre las repercusiones infectas de los roles de género, mientras nos intercambiamos recetas de cocina o conocimientos sobre electricidad. A favor de mi hermano diré que es el único tío que conozco que jamás ha proferido un comentario machista; de hecho, mi machismo interiorizado es muy superior, y él tiene la bondad de recordármelo cuando se me escapa algún comentario o cuando no estoy teniendo en cuenta a la mujer.
            En resumen: que yo, a los hombres de mi vida, no les puedo pedir más.
 
            Por último, me gustaría decir que el hecho de no tener como pareja a un tío rebaja notablemente la sensación de estar involucrada en una presunta “guerra de los sexos”. Ya no mantengo conversaciones en las que pongo a parir a los hombres, porque nosotras no nos tenemos que acordar de subir la tapa, y el hecho de que eructemos o nos tiremos un pedo, sea por lo que fuere, resulta exótico y original. Mi única maldad es recordarles, junto a mi novia, que sexualmente es más gratificante ser gay; lo cual, en realidad, no tiene nada que ver.
 
            Podría decir también que mis dos tortugas son machos, y que cuando se empalman, les saco fotos orgullosa y después las voy enseñando por ahí. Podría decir que sufro mucho pensando que en mi trabajo tiendo a favorecer a los tíos de manera tan odiosa como natural. Podría decir muchas cosas, pero qué más da.
 
            Mamá, no odio a los hombres. Simplemente estoy descubriendo a la mujer.
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    blah blah

Hitos navideños (III)

¿Y por qué estos hitos navideños son hitos en sí?

Pues porque hace meses que no me enfrentaba a nada, y no obstante la cagada en la entrepierna, a estas dos gilipolleces me enfrenté.

Así que, a partir de ahora, todo va a ir bien.

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    amused ja

Hitos navideños (II)

Otro de los hitos que han tenido lugar estas navidades (si no lo cuento hoy, no lo cuento, y el plural me destrozará la autoestima cada vez que lo vea), es que el otro día fui a encuadernar a la papelería un documento que me bajé de internet. Y ustedes dirán: "¿y ánde está el hito?". Pues en que el documento no era otro que...

¡¡este!!



Buff. Mu fuette.

El caso es que, de nuevo, se comprueba cómo me he convertido en una cobarde inmunda. Porque, tal y como yo me decía de camino a la papelería, si fuera una médica interesada en llegar a TODAS mis pacientes, encontrar ese documento habría sido una suerte, y lo iría a encuadernar de una manera muy digna y muy profesional. El problema es que, aunque el papelero no sepa si soy o no médica, YO SÉ QUE NO, y por eso la cobardía me mordisqueaba los higadillos mientras subía por la cuesta.

Una vez allí, el pánico se apoderó de mí durante unos segundos, cuando me vi rodeada de un padre, un hijo, una adolescente, un señor muy serio, y una señora con un bebé. Múltiples imágenes inundaron entonces mi mente: yo le entregaba el documento al papelero con tan mala pata de que él leía la portada, me miraba con cara de asco y empezaba a gritar que no quería clientela pervertida en su tienda, y que me largara de allí. Mientras el papelero hacía lo susodicho, agitaba las hojas en sus manos, de forma que se terminaban desparramando por el suelo, y todo el mundo podía ver las diversas fotos de ¡oh dios mío! mujeres abrazadas, tetas, pelos cortos... ¡¡e incluso una medio punky!! Acto seguido, la señora del bebé chillaba mesándose los cabellos y el bebé se ponía a llorar; la adolescente miraba las tetas con lascivia y el señor muy serio me acusaba con el dedo de corromper a la juventud; el padre le jaleaba y me escupía y el hijo se escondía detrás de sus piernas mientras los labios le temblaban de pánico y horror. Tras semejante despliegue de medios, yo salía corriendo de la papelería, con las melenas al viento y las hojas del documento revoloteando a mi alrededor. Me caía por las escaleras, me chocaba con tres viejos, me dejaba la piel en varios arbustos y estaba a punto de morir atropellada por un camión. Para cuando conseguía llegar a mi casa, la voz se había corrido por todo mi barrio (que para eso es como un pueblo), así que esa misma noche venían cienes de vecinos a buscarme, armados con las pertinentes horcas y antorchas (el linchamiento de la medusa aún permanece vivo en mi interior), al grito de "¡extirpemos el mal que destroza nuestro mundo!" o algo así.

Lo que realmente pasó fue: de una manera un tanto misteriosa, todos los clientes habían desaparecido para cuando me tocó a mí, y el papelero sólo me preguntó la nada malintencionada ni significativa pregunta de "¿tapa dura o normal?". Yo, por mi parte, miré de manera compulsiva al suelo durante los escasos dos minutos que tardó en realizar la operación, y después de pagar, salí de allí corriendo y jadeando de la vergüenza y el horror. Casi fenezco en las escaleras, eso sí, pero desde entonces disfruto de la lectura de un documento muy especial.

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    bitchy ¡mimi!

Hitos navideños (I)

Estas navidades se han producido varios hitos que indican a una mente privilegiada como la mía que este año va a ser un buen año. El primero de ellos fue que me hice la prueba del SIDA.

A mi favor diré que, desde una vez en la que tuve un amago de desastroso encuentro hetero-sexual, me comía la cabeza pensando que, para lo que hice y para lo que sentí y para darme cuenta de que era lesbiana unos meses después, seguro que encima me contagiaban lo peor de alguna manera misteriosa y desconocida hasta entonces, por boba.

Por supuesto, he pasado dos años encontrándome síntomas de sabe dios qué.

En mi contra diré que fue _olika_ la que me arrastró hasta el camión, lo cual da prueba, una vez más, de que me he convertido en una cobarde inmunda, y de que ella ya sabía que el camión estaría allí y llevaba semanas preparándose psicológicamente.

No obstante... ¡¡gracias, preciosa!! ¡¡eres todo valor y determinación!!

Por si alguien a quien pueda interesarle no lo sabe ya, diré que las dos dimos negativo. ¡¡Vivaaa!!

El caso es que, en esto como en el puño del Dalai Lama (véase post anterior), cada una ve lo que quiere y lo que le obsesiona. Y lo que yo vi y me obsesionó es que, de todas las preguntas del cuestionario previo, la que menos me turbó fue aquella en la que me preguntaban acerca de mi orientación sexual (y casi me da un patatús al contestar).

Claro que la pregunta estrella, que paso a comentar, fue la siguiente: "¿Utilizas preservativo?". Sí, una pregunta inocente donde las haya, cuya respuesta podría explicar muchas cosas y llenar muchas estadísticas, y que además atañe al 95% de la población. El problema es que, cuando una pertenece a ese 5% de ultramarginadas, se cabrea.

Y miren que a mí el anuncio ese del Ministerio de Sanidad, a saber, el de "El lugar no importa, la luna es imprescindible", me parece muy bueno. Pero también me parece que, en un cuestionario, no cuesta nada preguntar: "¿Utilizas algún método anticonceptivo de barrera?". Y si tanta gente inculta hay por el mundo, que pongan entre paréntesis "preservativo, guantes, etc.", para que me vaya a casa contenta sabiéndome incluida por una vez.

Además, en cuanto se practica sexo con una mujer y se va más allá del coito (y yo les deseo a todas las mujeres del Universo que en sus parejas vayan más allá), el preservativo ya no es efectivo (mira qué eslogan más guay). Y aunque las mujeres contagiemos las ETS mucho menos que los hombres (o eso me han dicho), también las contagiamos. Y ahora que me expliquen aquellos y aquellas que practican sexo no-coital a mujeres cómo leches reflejan en el puto cuestionario que ellos o ellas se protegen la mar de bien. Porque la realidad es que quedas de idiota, y aunque sólo sea porque en ese caso estamos más del 5%, se lo podían replantear.

En relación con esto, me viene a la cabeza una frase lapidaria que escuché una vez de boca del personaje seropositvo de "Queer as Folk", el cual, muy acertadamente a mi juicio, advertía a mi querida reina de la noche cómo solemos pensarnos que el SIDA es como el genio en la botella, que si no la abrimos no sale, y que sin embargo suele campar a sus anchas sin respetar nuestra voluntad. Por eso, en un mundo al que le presupongo riqueza sexual, me fastidia comprobar que no se vaya más allá del preservativo.

Y sin embargo, sé que gran parte de los contagios se producen por no hacer eso que yo considero obvio. Pero no por ello quisiera olvidar (ni que se olvidara) a aquellos y aquellas que hacemos "otras cosas" y que podríamos no estarnos protegiendo porque nadie se acuerda de explicarnos qué protección utilizar para "esas cosas".

En relación con esto otro, me viene a la cabeza una anécdota lésbica. Y es que no sé dónde leí una asombrosa queja acerca de la información sobre las probabilidades de contagio del SIDA en diferentes prácticas. Y curiosamente, apuntaban que el cunnilingus aparecía como una práctica de bajo riesgo en manuales de sexo heterosexual, mientras que en manuales de sexo lésbico no aparecía. Lo cual resulta exasperante, porque 1) ¿qué quiere decir exactamente "bajo riesgo"? y 2) ¿por qué entre heterosexuales sí y entre lesbianas no?

En fin. Reivindicaciones marginales de minorías marginales, pero necesitaba matizar. 

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    confused dudas existenciales

Este año voy a hacerme muy feliz



Su Santidad se opone a la violencia y discriminación basadas en la orientación sexual y la identidad de género, y exige respeto, tolerancia y el reconocimiento pleno de los Derechos Humanos para todas las personas.

(Extracto de la carta enviada por el Dalai Lama a la ILGA, Asociación Internacional de Gays y Lesbianas, en marzo de 2006).

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    cheerful ¡2007 pa mí!